
Todavía me sorprende el efecto que la luna,
cuando está llena, tiene sobre mí.
Similar al que tiene sobre las mareas,
subidas y bajadas que me hacen sentir.
Como aquel hombre furioso que se convierte en lobo,
cuando la miro fijamente mi mente se vuelve eclipse.
Y aún no entiendo que tiene el brillo de esa esfera
que de niebla me llena las ideas,
pero a mí, la luna llena, no me convierte en sirena
me saltan las alarmas y no puedo dejar de mirarla
pero no aúllo para que no me explote la garganta.
Ella me hechiza como por arte de magia
y entonces, por un tiempo, ya no puedo olvidarla.
Me pausa y me excita, me aturde y me tranquiliza
como si en vez de luz desprendiese cafeína.
Droga blanca y barata esa luna
que engancha más que la cocaína.
Y ese brillo tan adictivo que tiene ella,
¿Sabes quién más lo tiene? Adivina
Mírate cualquier noche que no salga la luna llena
y entenderás por qué no dejo de perder la cabeza.
