jueves, 15 de enero de 2015

Días de lluvia

Estás sentado en tu habitación mirando por la ventana ese día gris y lluvioso que esta al otro lado, y como cabe esperar en días como hoy, tu mente empieza a dar vueltas y comienza a pensar que el día es demasiado triste, que necesitas compartirlo con alguien mientras te abraza en tu cama, mientras te besa con ganas, pero sabes que no tienes a ese alguien porque o no lo has encontrado, o has dejado que se marchara; y entonces tu mente se vuelve gris y te deprimes, es la magia de los días de lluvia, que te hunden.

Pero aún así tu cabeza sigue pensando en esa persona, 

ese alguien que se fue o que le echaste de tu vida; 

ese alguien con el que eras tú mismo, 

con el que sonreías y reías a carcajadas, 

con el que compartías los días de sol pero también los de lluvia,

con el que el mundo era menos malo,

con el que no existía un "tú y yo" sino sólo un "nosotros"...

y lo único que te apetece es llamarle, decirle que le necesitas, pero tu orgullo es mas fuerte y te lo impide, aunque si consigues vencerlo quizá descuelgues el teléfono y marques su número, quizá esperes a que descuelgue, pero cuando oigas su voz... no podrás contestar y colgarás pensando en lo idiota que has sido, en que debes pasar página porque seguramente esa persona ya haya cambiado de libro.

Pero no eres capaz de no pensar en todo lo que vivisteis, por el simple hecho de que hoy, justamente hoy, llueve.





1 comentario:

  1. El teléfono no sonó. Pasó un par de noches intranquilo, preguntándose: ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Se sorprendía haciéndose estas preguntas sin ni si quiera saber si esas palabras que leyó eran para él, por él. Tentaciones le dieron de no sentirse así de egocéntrico pero volvía a releer sus líneas y esas palabras se le clavaban brutalmente en el corazón. Decidió que esas palabras serían suyas, que él era el motivo. Puede que hasta lo necesitase creer.
    Él condensaba su recuerdo en una sola palabra, palabra que, de cuando en cuando y de forma aleatoria, decidía presentarse en su vida: maracuyá. Entonces, sin poder evitarlo, sonreía internamente.
    Él era feliz con su nueva vida, se sentía especialmente a gusto y coherente con su visión del mundo. Una especie de tranquilidad le acompañaba últimamente.
    De vez en cuando, quizá en alguna frutería, se presentaba esa palabra en forma de recuerdo y entonces deseaba con todas sus fuerzas que, estuviese donde estuviese, ella fuese feliz.

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