martes, 26 de junio de 2018

Soy de opuestos

Vivo siempre con prisa, pero me gusta disfrutar lento.
Vivo siempre entre risa, pero a veces me gusta llorar en silencio.
Siempre me arriesgo pero reconozco que tengo muchos miedos.
Vivo en una aventura que quiero seguir descubriendo.
Suelo dar demasiadas vueltas y nunca encuentro el sentido correcto.
No conozco todas las gamas, siempre estoy entre blanco y negro.
A veces saco las garras, sólo para acariciar el cielo.
Nunca sé reconocer un final, soy más de quedarme en los principios.
(aunque soy más de últimas, que de primeras veces)
Una noche me enseñaron a volar, la consiguieron unos versos,
desde entonces sobrevuelo el mar y me he olvidado de a qué sabe el suelo.
La brisa me suele despeinar, haciendo bailar a mi pelo.
A veces quiero comodidad aunque me encanta el riesgo.
Suelo apostar sin pensar cuándo saldrá el cero.
La verdad que me encanta viajar y lo hago bastante aunque sea en sueños.
Me encantaría rebobinar y otras veces acelerar el tiempo
para volver a rozar tu pelo,
para ver aquellas chispas que saltaron cuando se rozaron nuestros dedos
y aunque sea un instante, vernos arder de nuevo.
Quizás no fueron unos versos los que me enseñaron a volar.

jueves, 14 de junio de 2018

Mi esencia

Llevo más de un centenar de días en la sombra,
escribiendo a oscuras
huyendo de los fantasmas
con los que antes bailaba.

Con miedo a no ser capaz,
incluso temiendo no volver a ser real,
agazapada en mi cama
sintiéndome a salvo entre las sábanas.

Y es que sólo necesitaba eso, estar sola.

Antes mi cabeza estaba ordenaba,
mi cuerpo disfrutaba,
había encontrado el punto entre la noche y la mañana,
y en ese caos cósmico bailaba.



Pero llegó el inicio de una nueva etapa
llegó enero y algo en mi mente cambiaba,
los años pares sólo traen desgracias
y tenía un presentimiento que no se equivocaba.

Un clic pero a la inversa,
en vez de engranarse, mi mente se desordenaba
y ya nada funcionaba;
había perdido mi esencia.

El principal problema
era que no sabía si quería encontrarla
porque no sabia siquiera
por dónde empezar a buscarla.

Negocié con el infierno una tregua
quizás sólo necesitaba una pausa
tomar aire para volver a la guerra,
o al menos entender qué me pasaba.

Pero el precio era mi alma,
y no estaba dispuesta
a vaciarme para volver a sentir calma,
prefería quedarme donde estaba.

Sin embargo, me acostumbré a la inercia,
a ese no sentir nada
a quedarme atrapada en la tormenta
entre cenizas, acomodada.

Dejé de buscar la salida de emergencia,
empecé a llevarles la contraria
a todos los principios que guardaba
junto con aquellas cartas que nunca enviaba.

Decidí seguir navegando a la deriva
pensando que quizás encontrara
un salvavidas como por arte de magia,
alguien que me devolviera la calma.

A pesar de no haber vendido mi alma
seguía sintiéndome vacía
es decir, no sentía nada,
ya nada me hacía flotar como una madera en el mar.

Demasiado tiempo para pensar,
y algunas copas de más,
hicieron que todo se diera la vuelta
y entendí que si realmente me quería salvar
tenía que equilibrar mi balanza
en el punto exacto entre pensar y dejarme llevar,
mi cabeza lo sabía
pero mi cuerpo no podía más.


Sin embargo, me di cuenta
(y no era la primera vez que lo hacía)
de que nadie me iba a salvar
si de lo que huía no estaba fuera.



Cuando huyes de ti, nadie te puede encontrar.
Cuando no puedas más, tienes que parar.
"Cómo te van a entender si no te sabes explicar".
Pero no tienen que entenderte, a veces sólo un abrazo basta.


Al final todo volverá a ser, o así me suelo engañar.
La esencia cambia, como una llama
y no tiene por qué ser mala la nueva etapa
las piezas diferentes también encajan.